El origen de la trompeta, como el la mayoría de instrumentos de viento, se remonta a épocas milenarias. Todas las grandes civilizaciones de la antigüedad hicieron uso corriente de ella; si entre los hebreos y los egipcios se consideraba sagrada, entre los griegos y romanos tenía mas bien una función militar. La encontramos en las Sagradas Escrituras, en las que su timbre brillante provoca la caída de Jericó, y en el Apocalipsis es también el toque de trompeta el anunciador del Juicio Final. En la Edad Media y el Renacimiento, la trompeta no puede faltar en las ceremonias oficiales, pero no se integrará en la orquesta hasta 1607, en el Orfeo de Monteverdi.
La llamada trompeta "natural" o barroca se trataba de una trompeta vaciada en metal y de forma moderna (sección cilíndrica hasta el pabellón que se ensancha progresivamente), pero que no podía emitir debido a la presión del aire nada más que los armónicos naturales del sonido fundamental que venía determinado por la longitud del tubo. Su sonoridad clara y penetrante, brillantísima, perfectamente adaptada a las interpretaciones al aire libre, hizo que se pasaran por alto sus limitaciones por lo que hay muchos pasajes que, aún tocados en modelos de válvulas, siguen pareciendo de una dificultad increíble
En el mismo período que Monteverdi, Purcell empleó frecuentemente la trompeta (por ejemplo, en su opera Dioclecian), así como la mayoría de los compositores alemanes, que la incluían en la mayor parte de sus obras para conjuntos instrumentales (Händel, Bach, ...). Después de ellos, comenzó un periodo de decadencia de la trompeta, en la que fue degradada a un papel secundario.
Ya en el siglo XVIII, el investigador y virtuoso de la trompeta Anton Weidinger aplicó al instrumento una especie de llaves que dotaban al instrumento de un cromatismo capaz de eliminar los inconvenientes presentados por las trompetas naturales. Haydn y Hummel escribieron para Weidinger sus famosos conciertos para trompeta y orquesta, muy interpretados aún hoy en día.
De las llaves se pasó al uso de pistones paulatinamente, sistema ideado por Clagget y posteriormente perfeccionado por Blühmel y Stölzell, hasta llegar a una forma muy parecida a la actual de J.P. Oates, que han permitido a los ejecutantes modificar a voluntad la altura de los sonidos del instrumento.
En nuestros días se utiliza mucho la trompeta en do, pero existen numerosos modelos, desde el cornetín en re, que tanto empleó Bach y más cerca de nosotros Stravinsky en La Consagración de la Primavera, y que exige al ejecutante un gran esfuerzo físico; la trompeta en si bemol, muy extendida también actualmente y con la que comienzan su estudio los principiantes; la trompeta contralto en mi bemol o en fa, la que usó Debussy en Pelléas; la trompeta baja, a la que Wagner recurrió en la Tetralogía. Citemos también la trompeta de Aida, creada especialmente por Adolphe Sax para las representaciones de la ópera de Verdi en París, en 1871, y la trompeta de jazz en si bemol, más estrecha pero de sonido más claro, que ilustraron Louis Armstrong, Dizzy Gillespie o Miles Davis.
Después de Lully, Charpentier, Vivaldi, Bach, Haendel, Haydn, Hummel, Berlioz y Saint-Saëns, ya en el siglo XX, compositores tan diversos como Shostakovich, Janacek, Jolivet, Messiaen, Landowski, Elliot Carter han contribuído ampliamente a enriquecer el repertorio de este gran instrumento, presente hoy en todo tipo de formaciones musicales.
Entre los interpretes actuales podemos destacar a Maurice André, Wynton Marsalis, Hakan Hardenberger, Sergei Nakariakov o Benjamín Moreno, entre otros.
Maurice André y Dizzy Gillespie:
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